¿Por qué alimentar la fantasía?
Nota de la semana
Un superalimento: la FANTASÍA
Puede que la mente de un niño no siempre esté preparada para captar los aspectos prácticos de la vida, pero siempre está lista para la fantasía.
Si probaras responder a una pregunta de tu hij@ con una respuesta fantástica en lugar de realista y práctica, podrías presenciar cómo su interés se enciende como una llamita, se predispone una escucha dispuesta a creer todo lo que estés por contarle.
“Mamá ¿por qué está manchado el piso abajo de la mesa”, te pregunta tu hijo. Y vos, en lugar de decir “porque se gastó el parquet de tanto rozar el suelo con las patas”, le respondés: “Porque cuando eras bebé, abajo de la mesa se juntaban unos duendecitos que comían los restos de comida que se te caían, y hacían tanto enchastre mezclando palta, zanahoria y remolacha, que dejaron el piso con unas manchas imposibles de limpiar”.
Probablemente se le encienda la mirada y el alma cuando reciba ese alimento fantástico, que lo invita a creer que todo es posible.
La fantasía ensancha hasta el infinito los límites de lo posible, habilita la libertad de creer, de inventar y de jugar a su antojo con las formas del mundo y todo lo que hay a su alcance: palabras, ideas, historias, personas, posibilidades.
Los niñ@s no cuentan aún con los límites de lo posible que a nosotros tanto nos limitan, valga la redundancia. Ellos están mucho más de ese lado en que el mundo real aún no impuso sus normas, y la vida es una hoja en blanco a cada momento, donde trazar lo que sea que se les ocurra: tener amigos imaginarios, hablar con los animales, creer en duendes que se comen los restos de la comida, sentir que es absolutamente posible que un dragón pase volando por su ventana o que el ratón Perez entre en su cuarto para llevarse sus dientes.
¿Hay algo más amplio y posibilitador que imaginar un mundo donde todo es posible?
La fantasía es una semilla
No hace falta tenerle miedo a la fantasía. Ella no se opone a la realidad sino que ambas se complementan. El niño se vale de su imaginación para comprender, interpretar y recrear el mundo real que lo rodea. Su fantasía lo ayuda a entender ciertas reglas, a captar límites, a ponerse en el lugar del otro, a comprender la vida. Cuando el niño imagina y fantasea también exterioriza sus propias inquietudes y emociones, y valernos nosotros también de la fantasía como llave maestra, nos permite entrar un poquito más en su propio mundo interior.
Hagamos uso de este superalimento para el alma humana, la fantasía no durará muchos años, potenciémosla mientras está allí disponible para mirar el mundo.
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